Tres lugares naturales que no te puedes perder de Cieza

REPORTAJE

Desde lo agreste a lo escarpado: los tesoros de la localidad

Miriam Salinas Guirao

Cieza guarda lugares mágicos. La naturaleza ha vibrado con la primavera alejada de humanidad. Ha explotado una gama de colores delante de las ventanas de los hogares. El verde ha teñido los campos, el azul ha bailado en el cielo. Los insectos han zumbado sin temor, polinizando las más bellas flores que han enmarcado la primavera triunfal.

Ahora que la distancia ha hecho reverdecer la llama de la naturaleza es el momento de volver a ella con todo el respeto, con todo el cuidado. Ella, la naturaleza, fue indulgente con la perla del Segura. Dotó de valles, de ramblas, de fecundos prados; dotó de fuerza, de rincones impresionantes.

Desde Crónicas de Siyâsa proponemos tres lugares naturales, como tres paraísos. Tres lugares que, si quieren disfrutarse debe ser con el mayor de los respetos. Tres lugares que merecen la pena contemplarse, tres lugares para soñar despierto.

La Sierra del Oro

La primera maravilla natural resplandece enorme frente al pueblo de Cieza. No es el único municipio que mira la sierra. Abarán, Blanca y Ricote comparten la Sierra del Oro. Joaquín Caballero Soler realizó una investigación con respecto al origen del nombre concluyendo que está basado “en la percepción sobre mitos relacionados con la expulsión de los musulmanes o también por el aspecto del paisaje del monte en aquella época”.

Que sobrepasa los 900 metros de altitud es una realidad compartida por todas las investigaciones. El Instituto Geográfico y Catastral publicó a mediados del siglo XX un estudio sobre la Comarca del medio Segura y el sismo de Ojós. La investigación de Alfonso Rey Pastor dedicó unas líneas a la Sierra del Oro. En estas páginas  situaba la formación en el sector Prebético y la encuadraba en el Eoceno (Luteciense) en su núcleo central, (eso quiere decir que viene de hace unos 47 millones de años), y por Trías en su base y vertientes (hace más de 100 millones de años). También explicaba Rey Pastor que se unía a la Atalaya en un núcleo del Jurásico (formado hace 200 millones de años).

En el Mapa Geológico de España de 1974 (hoja 891), unos años más tarde de la primera investigación nombrada, se explica que la formación es localizada en las Cordilleras Béticas, en concreto en el Subbético Interno Frontal o Unidad de la Sierra del Oro, en el paquete Jurásico (por lo que sigue teniendo más de 200 millones de años).  Al menos desde que Cieza es Cieza, la Sierra del Oro estuvo ahí, vigilante.  Allí vive el pino carrasco, el romero, el tomillo, la jara. Allí se pueden ver cabras montesas, arruís, ciervos, jabalís, zorros y también algunas aves rapaces. La sierra del Oro permite contemplar el paisaje ciezano. Permite que los pies deambulen hasta llegar a la cumbre para poder saborear el entorno. Su terreno: terroso, calizo y ocre permite el senderismo hasta lo más alto.

 

Cagitán

Hay poesía sobre este lugar, videos, fotografías. Hay lazos de sangre entre Cieza, Calasparra, Mula, Bullas y Ricote. Hay un páramo infinito sobresaltado de ramblas y colinas suaves. Hay verdes, amarillos, naranjas. Hay caseríos abandonados, hay pastores y rebaños, hay agua salada, semillas y cosecha. Cagitán desafía el Beatus Ille, reanima el silencio y embiste con la inmensidad natural.

Santiago Delgado sostiene que su nombre deriva de “Campo del Diablo. Gagitán, es ´Ayn Saytan”, del averno o del cielo, Cagitán no deja indiferente.  De su tierra emergió el Pino de las Águilas. En la página Floraprotegida.es de la Universidad de Murcia y el Gobierno regional, se hacía mención sobre este pino carrasco de 10 metros de altura que pervive desde hace más de 200 años.  Se denomina así, al parecer, “debido a que en su ramaje se posaban y quizás anidaban numerosas aves rapaces. Según cuentan los lugareños. (…) Ha sido utilizado como árbol de sombra para el sesteo del ganado y descanso de animales de labranza y segadores. Con posterioridad, ha servido de cobijo a los tractores y aperos agrícolas”.

Es tierra de solidaridad, por lo árido, lo abrupto del agua, -cuando, a veces, se desboca llenando charcas-, lo lejano del ruido… así quedó retratado en 1859. La Paz de Murcia no dudó en contar, a través de la pluma de Antonio Ginés Fernández, un acto pleno. A un “infeliz labrador del campo de Cagitán” se le quemaron todas la mieses recolectadas. Cuando lo daba todo por perdido, los “honrados labradores de Cagitán, al saber la desgracia ocurrida a su vecino se reunieron espontáneamente: uno de ellos propone una suscripción voluntaria en beneficio de aquel, y como todos estaban animados de los mismos sentimientos, fue acogida la proposición por unanimidad”. Tras 8 días: 150 fanegas de trigo y 200 de cebada fueron entregadas por sus vecinos, quienes, además, le ofrecieron paja”.

Sus caminos, rastrillados, arados o repletos de vegetación permiten un paseo tranquilo bajo el Almorchón, abrazando el embalse del Quípar.

El Oasis

Del trocito de tregua, de descanso, de refugio en las penalidades o contratiempos de la vida, como diría la Real Academia Española de su significado. Ese sitio con vegetación con agua viva.

El Oasis se colocó en Cieza si sientes la naturaleza. No solo en lo que se respira y se recuerda, también en un remanso bajo de la Atalaya. Por el Barranco del Yarza, bajo la Ermita de San Pablo, palmeras de otro siglo, espigadas y tostadas abrazan el discurrir del agua. Un encuentro húmedo bajando la colina escarpada.

Su acceso no es sencillo, pero el gorjear de las gargantas del agua, calma las penalidades hasta su entrada. El entorno, bajo la mirada arcillosa de las montañas, alimenta los sentidos.

Manuel Gea Rovira en 1963 en Línea no dudó de hablar de Cieza. “Las ‘curvas de ballesta’ que en decir de Machado describe el Duero, son las mismas que el río Segura va trazando en sus continuados meandros al paso de Cieza. Aquí crea una fértil vega que duerme placideces de hortalizas, naranjo y terebinto, entre cuyos cañaverales y choperas discurren las presurosas aguas, tras la deseada conjunción con el lejano Mare Nostrum. Y el arco de la vega ciezana va acompasándose al pronunciado meandro del Thader murciano que irriga sus fecundas tierras. Seguras quedan estas, donde se inicia el curso alto de un río que se torna bravío en la desembocadura sureña, premiando sus bonanzas mil oasis ribereños de fertilidad creciente”.

Cieza guarda lugares mágicos; con una mínima muestra acabamos por fundir el beso eterno de los elementos en el paraje ciezano. Un sabor que recuerda, entre otras cosas, que a lo natural se debe la vida.

 

 

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